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México y sus ciclos: entre la plaza llena y el vacío opositor

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    Quinceminutos.MX
  • hace 29 minutos
  • 3 Min. de lectura
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Contundente fue la convocatoria de la presidenta Claudia Sheinbaum este 6 de diciembre en el Zócalo de la Ciudad de México. No sólo por el volumen de personas reunidas —contingentes que comenzaron a llegar desde la noche anterior— sino por lo que esa imagen representa en un país acostumbrado a que la política se mida, primero, en plazas y sólo después en urnas. El músculo de Morena y sus aliados quedó exhibido, sí, pero lo verdaderamente notable es la lectura de fondo: la continuidad de un ciclo histórico que México parece empeñado en repetir.


La movilización fue realizada en respuesta a la llamada “Marcha de la Generación Z”, impulsada desde Acción Nacional y montada en la exigencia legítima de justicia por el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, y utilizada para emprender un ataque contra la presidenta Sheinbaum. Sin embargo, el contraste entre ambas convocatorias evidenció algo más profundo que una diferencia de tamaño: mostró la orfandad conceptual de una oposición que no logra articular un proyecto de nación distinto al retorno del neoliberalismo, o al menos a la restauración de los intereses económicos que dominaron al país por más de tres décadas.


El país, como en otros momentos, asiste a un choque entre dos visiones: una que se proclama transformación y otra que aún no encuentra palabras para nombrarse a sí misma.


México es una nación que se mueve por ciclos, como el calendario azteca. Al terminar cada uno, algo se destruye para permitir el surgimiento de algo nuevo, aunque ese “nuevo” todavía cargue las sombras del pasado. La Revolución de 1910 es el ejemplo más evidente: un estallido social que prometió refundación, pero que terminó atrapado entre caudillos, traiciones y ambiciones que nunca se resolvieron del todo. El país emergió distinto, pero no ajeno a sus vicios.


Un siglo después, el ciclo volvió a girar. La alternancia de 2018 se celebró como una transición pacífica, sin embargo, reportes recabados por la IBERO Puebla sobre violencia política documentaron 28 asesinatos de candidatos durante el proceso electoral. Seis años después, en las elecciones de 2024, la cifra se elevó a 38 aspirantes asesinados, convirtiéndola en la más violenta.


Las cifras en frío nos recuerdan que en México el poder rara vez cambia sin violencia. Lo que cambió fueron los rostros; lo que no ha cambiado del todo son los paradigmas con los que se ejerce la política: los cacicazgos regionales, las redes de poder que sobreviven al partido en turno, los operadores que mutan de color para preservar privilegios.


En ese contexto, la concentración masiva en el Zócalo —más de 600 mil personas, según cifras oficiales— adquiere otro significado. No es sólo una demostración de fuerza; es el recordatorio de que la Cuarta Transformación sigue siendo un movimiento capaz de convocar emociones y de colocarse narrativamente como heredera de los grandes cambios históricos.


Sheinbaum, frente a Palacio Nacional, afirmó que los avances de estos años serían imposibles bajo “los gobiernos neoliberales del pasado” y que el humanismo mexicano seguirá guiando el rumbo de su gobierno. También acusó campañas sucias y alianzas conservadoras que buscan intervenciones extranjeras, reforzando la idea de un proyecto que se asume asediado, pero firme.


Lo punto aquí no es si se está a favor o en contra de esa visión, sino lo que revela sobre el momento político actual: mientras el oficialismo logra construir un relato, la oposición apenas logra convocar —según cifras del gobierno capitalino— a 17 mil personas. El contraste no es sólo de números; es de narrativa y de sentido. Un movimiento que se entiende a sí mismo como continuidad de un ciclo histórico frente a otro que parece detenerse en la añoranza del pasado.


La pregunta, entonces, no es quién llenó más la plaza, sino qué implican esas plazas llenas o semivacías para un país que cada cien años vuelve a enfrentar la tensión entre repetir su historia o intentar transformarla de verdad.


México avanza, sí, pero avanza en espiral: regresa al mismo punto, aunque cada vez un poco más arriba o un poco más abajo. La disputa política actual no es sólo por el poder, sino por definir en qué punto de esa espiral estamos.


Y quizá lo más revelador es que, aun con millones volcados a las calles o apenas miles, México sigue buscando lo que siempre ha buscado en cada ciclo: un proyecto que no sólo nombre sus heridas, sino que sea capaz de cerrarlas.


Por ahora, sólo uno de los bandos parece tener claro ese relato.


"Toda la historia de México desde la Conquista hasta la Revolución puede verse como una búsqueda de nosotros mismos, deformados o enmascarados, con instituciones extrañas y de una forma que nos exprese": Octavio Paz

Cuenta de X: @mecinas

Director de Quinceminutos MX


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