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Andrés y Agustín, un retrato íntimo

Tensión. Días aciagos. Los ceniceros colmados de colillas de cigarros Raleigh. Andrés Manuel López Obrador estaba listo para ir a la cárcel, que era la única forma que había encontrado la derecha rancia y fascista, para frenar su avance y el respaldo popular que lo perfilaban a la Presidencia de la República. Era abril de 2005.


Desde el Zócalo de la capital del país, el tabasqueño, entonces jefe de Gobierno del otrora Distrito Federal pronunció un discurso, antes de partir a la Cámara de Diputados, para su juicio de procedencia, que terminó en su desafuero: “de todo corazón, los quiero, desaforadamente”.


El estratega político que al año siguiente sólo pudo ser despojado de la Presidencia, por el fraude calderonista, alcanzaba una dimensión histórica, desde entonces, que no se repetirá en varias generaciones.


A su lado en esos años, en los días duros y en las noches largas, estuvo muchas veces y muy de cerca el actual secretario general del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) en Puebla, Agustín Guerrero Castillo.


Precisamente, en el momento más feroz de la embestida foxista contra Andrés Manuel, el también exdiputado y político que nació en la lucha estudiantil era presidente del Partido de la Revolución Democrática en el D.F., ese PRD que fue de izquierda de verdad, lejos de la lamentable rémora de Acción Nacional (PAN) en que hoy se ha convertido.


Muchas horas y días, Agustín y Andrés pasaron aquellos años, de 2003 a 2006, sentados a una mesa, con otros políticos de la confianza del entonces jefe de Gobierno, planeando estrategias electorales, definiendo listas de candidatos y los derroteros sobre la intentona de llevar a López Obrador a la cárcel, por haber abierto un camino de apenas unos metros, sobre el que las autoridades decían que había ocurrido un desacato judicial.


Muchas tardes y noches, Agustín paso al lado de Andrés para cerrar decisiones cruciales que hoy tienen estatura histórica.


Andrés Manuel fumaba entonces. Lo hacía con abundancia. Fumaba cigarros Raleigh, de los más fuertes en México, solo comparables con los Popular cubanos o los Ducados españoles (que, por cierto, fuma Joaquín Ramón Martínez Sabina).


Se trataba del mismo Andrés Manuel de convicciones firmes, con las que se puede estar de acuerdo o no, pero que ha defendido a lo largo del tiempo como un consecuente irrefutable.


Ese Andrés Manuel dejó de fumar para conservar y mejorar la salud, pero se trata también del mismo que, cuando el 2 de agosto de 1996 llegó a la presidencia nacional del PRD, pidió un censo de los huérfanos y las viudas de la lucha perredista por la democracia y ordenó darles una pensión mensual de ayuda, pues el partido debía ocuparse de ellos, por los caídos en su gesta política y social.


Todos estos datos vienen a cuenta de unas recientes conversaciones con Agustín Guerrero. A él, que afuera del Teatro Metropólitan – el jueves tras el acto de Claudia Sheinbaum – los reporteros lo rodearon, lo reconocieron y le hablaron con mucha confianza, por ser un viejo y agradable conocido, recién lo entrevistamos en magmamedia.mx

Los datos desde la mirada de un histórico son imperdibles.


El privilegio de escuchar la historia desde una voz protagonista es inmejorable.


Y cómo se ha antojado estos días fumar un Raleigh.


Twitter @Alvaro_Rmz_V

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