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Cuento: El mandamás



Desempacado de tierras lejanas llegó al pueblo el nieto del doctor, luego de haber realizado cuantiosos estudios y viajado por el mundo. Traía consigo la firme intención de convertirse en el mandamás a como diera lugar, primero de ese que consideraba un pueblo -como se dice popularmente- "pelón y garrapatero" y luego de la comarca entera.

Así, se comenzó a relacionar con los políticos y empresarios, al amparo de su apellido y la promesa de que lo mejor estaría por venir, hasta que logró configurar un gran grupo de aliados de dentro, pero mayormente de fuera del pueblo que lo llevaron a cumplir su primera meta.

Como todo buen mandamás consideró que debía tener el mejor avión del mundo y rodearse únicamente de aquellos de su clase y hacer que se hablara de su pueblo en toda la comarca, poniendo especial cuidado en que se hablara también de él, y para eso pagó cuantiosas sumas de dinero a pregoneros de otros pueblos que se encargaron de gritar por las calles para invitar a conocer las nuevas maravillas arquitectónicas y turísticas de aquel lugar, y así, muy pronto el pueblo se llenó de forasteros que iban y venían admirando lo que siempre había estado allí.

Llegó el día, en que el nieto del doctor se dio cuenta de que para mostrar cosas nuevas necesitaba pagar a grandes constructoras, pero para eso las arcas no alcanzaban y los impuestos eran insuficientes, así que mandó a traer a los representantes de pueblo y les pidió cambiar las leyes a fin de que pudiera hacer acuerdos con empresas de la comarca las cuales hicieran las grandes obras que deseaba, los puentes atirantados y hasta regalar uno de los campos a una fábrica de carretas de lujo que habrían -según su idea- ser el origen de una ciudad de verdad.

Además, para que los dueños de las grandes constructoras aceptaran el trato, ordenó que los impuestos de los pueblerinos fueran administrados durante medio siglo por uno de sus amigos que tenía una casa de finanzas en la comarca y quien, por su probada fidelidad, nunca fallaría para entregarle su parte a cada uno, mes con mes, hasta pagar el total de las obras, con todo e intereses. Por si fuera poco, para que el pueblo no se diera cuenta de que estaba endeudándolo, prohibió que se le llamara deuda.

Al poco tiempo, algunas personas del pueblo que no veían con buenos ojos las acciones de su nuevo mandamás comenzaron a realizar protestas, sobretodo porque les cerraban las puertas del palacio cuando iban a solicitar obras para sus barrios. Viendo esto, el nieto del doctor mandó a traer de nuevo a los representantes y les pidió agregar en las leyes un apartado que le permitiera hacer uso de los guardias para disparar sus armas contra quien protestara en su contra.

Con el control del pueblo, los dineros y los representantes, también puso a sus órdenes al juez, al abogado, al alcalde y a todo el que fuera de utilidad. Así, mandó a construir un museo, el más grande de la comarca, que costó 7 mil 280 millones, a pagar en 23 años, también se le ocurrió construir un edificio junto al centro comercial para que allí todo el pueblo llegara a hacer sus trámites y gestiones, comprometiendo para ello otros 4 mil 430 millones, pagaderos de igual forma en más de 20 años.

Para el más grande de sus proyectos, primero tuvo que convencer a los dueños de la fábrica de carretas para que voltearan a ver a su pueblo y prometer que les daría todo, incluso la mitad de toda inversión necesaria con tal de cumplir su sueño. De esta forma, un buen día los dueños llegaron a las orillas del pueblo para conocer el campo y aceptaron, con la condición de que además les construyeran su propio pueblo. Y así fue, llegaron grandes constructoras y acondicionaron el espacio para la fábrica y levantaron un pueblo aparte, con la promesa de recibir 17 mil 311 millones durante los próximos 15 años. Así también construyó un teleférico, ciclovías, un transporte articulado, un tren y hasta mandó instalar la rueda de la fortuna más grande de la comarca.

Al fin, el tiempo de gobernar se le terminó al nieto del doctor, quien para entonces ya sólo se paseaba en el pueblo saludando a todos y viajando por toda la comarca en busca de llegar a ser el mandamás de los mandamases, siempre con la misma promesa de que lo mejor estaría por venir.

El pueblo lució desde entonces más grande y más bonito, pero su gente se convirtió en la más pobre de la región. A pesar de eso, había quienes seguían aplaudiendo las grandes obras aunque cada vez tenían menos para comer...

Twitter @mecinas

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